10 julio 2008

UNA PENA... ¿O NÓ.?

¡Vaya desperdicio de educación recibida en casa... cuanto tiempo y esfuerzos echados a perder... llegue a pensar alguna vez.!

-Hijo mio no digas mentiras. Hijo no cojas lo que no es tuyo. Hijo sé educado. Hijo portate bien. Hay que compartir, hijo... no digas palabrotas.

Y tanto empeño en que aprendiese a ser una persona buena y de provecho para luego de aprendida la lección echarme al mundo desprovisto de defensas ante el imperio de la mentira, del robo, de la mala educación, del egoismo extremo.

Si no fueran mis padres, jamás les hubiese perdonado.

Todavía recuerdo la sensación de shock, de incredulidad, de parálisis: el mundo era bastante más diferente de lo que me habían contado en casa y yo era un inocente inadaptado porque los valores que me inculcaron no me servían para relacionarme con los demás. Siempre salía perdiendo. Me lo creía todo porque no concebía la mentira. Me lo quitaban todo porque no concebía el robo.

Y lo peor de todo era que no podía vengarme de mis enemigos; ante la imposibilidad de hacer daño conscientemente, cuantas veces deseé haber sido educado -con perdón de la vieja- para ser un hijoputa sin escrúpulos. Creo que incluso se lo dije alguna vez.

Joder, si es que me habían dado hasta una voz de la conciencia mientras que los demás iban montados encima de sus instintos.

Lo de las palabrotas es lo único que le impidió a mis padres triunfar completamente.

Con el tiempo creo que he conseguido un cierto equilibrio y me he hecho justicia a mí mismo.

Ahora soy capaz de detectar a un hijoputa en cuanto lo veo y creo que debería ser una asignatura obligatoria en las escuelas porque delante de determinada gente con la bondad no basta. El desarrollo de las virtudes tiene que llevar parejo el contraste con las maldades, el ying y el yang -se me ocurre- de otra manera el arbol no dá frutos sabrosos.

Salud y Anarquía.

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